Diseñar un interior significa, a veces, diseñar el que ha de ser un “hogar”. De este modo, la condición del “diseñador de interiores” adquiere cierta dimensión metafórica: el diseñador va a diseñar un interior que se corresponde a los “interiores humanos” que van a habitarlo.

En estas condiciones, merece especial atención observar cómo se desarrolla la relación “cliente-profesional”.

Como profesional, el diseñador de interiores está dotado de los conocimientos y la experiencia técnicos –teóricos y prácticos-, idóneos para desarrollar el proyecto de ese apartamento, piso o casa que va a tener por habitantes a una mujer sola, a un hombre solo, a una pareja, a una pareja sin hijos, a una pareja sin hijos pero con el propósito de tenerlos, a una familia ya constituida…, y, cualquiera de estas posibilidades, además, ¡con o sin mascota!.

El profesional puede ofrecer, desde su perspectiva y experiencia profesionales, un escenario “perfecto” para un espacio que ha de ser “habitable”… Y el futuro o futuros “habitantes” han de sentirse confiados y confortables con la propuesta.

Y es que el diseñador de interiores tiene su visión y sus argumentos para cada proyecto, ese proyecto al que brinda todo su expertice , y puede ocurrir que el cliente no atienda a sus indicaciones y sugerencias, que ponga todo su empeño en imponer sus propios criterios, en ocasiones, sencillamente, porque el proyecto del diseñador no encaja con los conceptos estéticos y visuales de ese cliente, en ocasiones, porque el cliente –cada vez más experto-, tiene sus propias referencias.

El mejor punto de partida es que el cliente comprenda que si acude a un diseñador de interiores es para que éste le aconseje y acompañe, y, algo muy importante, para que le ayude a investigar en su capacidad de innovar, de incorporar a su vida elementos nuevos, nuevas experiencias, una manera, en definitiva, de enriquecer y ampliar su percepción y su relación con el espacio, con ese espacio que ha de ser el suyo.

En realidad, todo es cuestión de una comunicación rigurosa. No se trata de “forzar” al cliente con una propuesta a la que presente una clara resistencia, pero tampoco se trata de hacer concesiones incondicionales, por parte del profesional, a las pretensiones del cliente.

«Algo importante es hacer las preguntas adecuadas en el momento apropiado. Y por mi experiencia esta confrontación suele ser interesante y alimenta el proyecto si eres lo suficientemente flexible y receptivo… me interesa poder argumentar, rebatir o añadir ideas del cliente para que el trabajo sea colaborativo, el cliente lo agradece”

David Cano – Base Design

El trabajo colaborativo es, probablemente, el modo idóneo de funcionar en procesos que se prolongan en el tiempo. Porque, a veces, un proyecto empieza incluso antes de que el espacio interior exista: empieza cuando el cliente está buscadon el que ha de ser su hogar. Evidentemente, se van a compartir muchos momentos y muchas decisiones, en un rosario de anécdotas, algunas extraordinariamente personales, que acompañarán cada momento de ese universo creativo que suma técnica, experiencia, ilusiones, deseos, practicidad, empatía… y que, en el fondo, exige de una gran comprensión por parte del profesional del carácter siempre único y particular, irrepetible, de cada cliente y sus circunstancias.

Y es que elegir unas baldosas… no es algo casual. Seguiremos hablando de ello.